Seguir explorando.

Hacernos mayores no tiene por qué significar dejar de sentir las grandes emociones que experimentábamos cuando éramos pequeños. La curiosidad, el asombro, la imaginación y la fantasía son algo intrínseco del ser humano, y los estímulos que nos siguen provocando esas emociones muy recomendables. Los viajes de aventura y el encuentro en ellos con accidentes naturales como volcanes, cañones, fiordos, glaciares o cuevas; nos avivan esa curiosidad y el disfrute de explorar lo que se presenta ante nosotros. Esas niñas y niños que fuimos vuelven a estar presentes y se alegran por estar viviendo una aventura. No debemos temer, sino explorar. Aún hay muchas cosas por ver y conocer. Todos somos en el fondo pequeños exploradores. Nos sentimos atraídos con fuerza magnética por esos accidentes que sobresalen del paisaje. La perplejidad y el deseo de ir más allá, de verlos más de cerca y conocer sus orígenes se apoderan de nosotros. Nadie puede negar la atracción fascinadora que generan los volcanes, ya sea contemplando una laguna en uno de sus cráteres o sus fenómenos geotérmicos como el del géiser Old Faithful en el parque nacional de Yellowstone. Tampoco nos dejan indiferentes los cañones o fiordos cada uno con sus específicas características. La escarpada garganta excavada durante millones de años por el río Colorado del Gran Cañón en el norte de Arizona; o la belleza de los fiordos que podemos encontrar en Noruega, Islandia, Groenlandia y Alaska,entre los lugares más populares para verlos. El contraste que ejerce la estrecha entrada del mar con el valle, profundamente excavado por acción de los glaciares y las altas paredes de pendientes verticales de las laderas que sobresalen a la superficie y la bordean.

Pero quizá sean las cuevas y el deporte de la espeleología el que mejor aúne esta mezcla de disfrute e interés científico por lo que nos encontramos. Una cueva es una cavidad natural del terreno producida por algún tipo de erosión de corrientes internas de agua, hielo o lava.

Una caverna fue el primer refugio y casa para los humanos. Genera miedo y deseo a partes iguales de entrar en ella y conocerla hasta el final. La técnica de la sola cuerda, que se introdujo en los años 70 del pasado siglo, ha facilitado muchísimo esta actividad.

La naturaleza por tanto nunca deja de sorprendernos. Nuestra curiosidad e instinto de acercamiento no debe ser frenado por una vida adulta demasiado mecanizada, metódica y aburrida. Debemos desempolvarnos del gris del asfalto y dejarnos llenar por los colores de la naturaleza. Mucha de nuestra felicidad solo radica en eso, en abrir bien los ojos y contemplar la belleza que nos muestra el mundo con sus anomalías más extraordinarias.